Rituales de resistencia en el sur de Guayaquil- ENTEPOLA 2025

Darla Alarcón

7/29/2025

De aquí para allá, con fondos propios, alianzas entre artistas multidisciplinares, habitando la calle, la precariedad y el impulso latente de seguir creando rituales escénicos, Geometrías Vivas se sostiene desde una ética de resistencia que fortalece las prácticas independientes. Esta insistencia vital atraviesa a los y las artistas ecuatorianas que, ante la ausencia de apoyo institucional y la inexistencia de redes sostenidas, continúan gestando espacios simbólicos y poéticos desde lo común, lo ancestral y lo afectivo.

Durante este mes de julio, el colectivo recibió una significativa invitación por parte de la Fundación Cultural Arawa para participar en el XXII Encuentro de Teatro en Comunidad – ENTEPOLA Ecuador, dirigido por el actor y docente Juan Coba. Semanas antes del evento, el equipo creativo volvía sobre una pregunta que se ha convertido en eco insistente dentro de nuestros procesos: ¿Qué lugar puede ocupar hoy la performatividad entendida como ritual en el contexto ecuatoriano, cuando irrumpe las formas convencionales de producción escénica y propone otras formas de presencia, de afectación y de transformación de la realidad?

Desde esta inquietud volvimos a interrogar nuestras raíces culturales y su representación en la escena. Notamos cómo las ficciones escénicas situadas en nuestra realidad nacional siguen enfrentando múltiples obstáculos: el acceso limitado a recursos materiales, técnicos y simbólicos, así como una desvalorización de las narrativas territoriales, ancestrales y precolombinas que, muchas veces, se encuentran confinadas a una estética museificada, congelada, homogénea y descontextualizada. En lugar de activar su potencia viviente, estas memorias son encapsuladas bajo formas de representación que no dialogan con el presente.

Aquí, como en otras geografías del Sur Global, insistimos en pensar lo ritual no como una forma arcaica, sino como una estrategia de intervención crítica. Tal como señala José A. Sánchez en La imagen del pensamiento:

“El pensamiento no puede prescindir de la imagen, pero no cualquier imagen, sino aquella que se escapa a la representación, aquella que produce una alteración de la mirada, del cuerpo, del deseo.”

Esta cita ilumina nuestra praxis in situ y creativa, la cual, proponemos una imagen del pensamiento encarnada, performativa, que no se limita a reproducir una cultura domesticada, sino que se atreve a abrir grietas, a incomodar, a ritualizar lo cotidiano y lo precario.

A esto se suma un hecho particularmente alarmante: un día antes de nuestra presentación en ENTEPOLA, el gobierno anunció la eliminación de la autonomía del Ministerio de Cultura y Patrimonio, de Deporte, y la Secretaría de Educación Superior, Ciencia y Tecnología integrándolos al ministerio de educación. Esta medida, que implica una clara desinstitucionalización del sector cultural, debilita los marcos de acción pública, erosiona los principios de planificación y continuidad, y deja en extrema vulnerabilidad a quienes desarrollan el quehacer artístico en el país. Revela, además, un desinterés profundo por parte del Estado hacia la cultura como derecho, como forma de vida y como campo de transformación social.

Frente a este escenario incierto y desalentador, ENTEPOLA Ecuador 2025 se vuelve aún más significativo. Su realización en el guasmo sur de Guayaquil, un territorio históricamente marginado, atravesado por la inseguridad, la violencia estructural y la precariedad habitacional, da cuenta de una apuesta política y estética, hacer del ritual escénico una forma de defensa del espacio público. No es casual que el evento tenga lugar precisamente allí, donde las políticas de seguridad han fallado, donde el abandono institucional ha fracturado el tejido comunitario, y donde, sin embargo, la vida cultural se sostiene como gesto cotidiano de resistencia.

Es así que, Guayaquil, ciudad de profundas tensiones sociales, ha mantenido históricamente una relación ambigua y en muchos casos hostil con el uso del espacio público. Este ha sido instrumentalizado por medidas de adoctrinamiento simbólico o comercialización masiva, anulando su dimensión comunitaria. Sin embargo, lo que propone ENTEPOLA y lo que intentamos también desde Geometrías Vivas es recuperar el espacio público como lugar de afectación, de escucha, de ritual y de reapropiación social, en el que la práctica artística se vuelve una acción performativa colectiva.

Tal como lo planteaba Victor Turner en sus estudios sobre el ritual y el drama social, estas prácticas encarnan procesos de “liminalidad”, momentos de suspensión del orden dominante, donde se abren posibilidades de transformación. Es aquí, donde el ritual, entendido como un umbral, permite reconfigurar lo sensible, interrumpir la normatividad y dar lugar a nuevas formas de comunidad. Asimismo, Diana Taylor subraya que la performance no es solo representación, sino también transmisión de conocimiento y memoria viva, especialmente en contextos donde las instituciones fallan.

Así, lo que ocurre en el sur de Guayaquil no es simplemente una programación cultural, sino una forma de organización comunitaria, una práctica estética-política situada, y, sobre todo, una expresión de continuidad histórica. A pesar de las carencias económicas, la ausencia de garantías laborales y la falta de políticas sostenidas, los artistas, gestores y habitantes de estos territorios siguen generando una red de trabajo colaborativo. Persisten en esa práctica cotidiana de hacer latir y mutar lo escénico como lugar de encuentro, de protesta y de esperanza.

Desde esta trinchera poética y política, Geometrías Vivas reafirma su compromiso con una escena que no responde a la espectacularidad, sino a lo encarnado. A lo íntimo y a lo colectivo. A lo que nos atraviesa como cuerpos y territorios marcados por las grietas, pero también por la capacidad de reexistir desde el arte.

Por último, es en este punto donde la pregunta inicial cobra densidad y se enuncia con mayor claridad: ¿cuál es el lugar del ritual en las prácticas escénicas contemporáneas en el contexto ecuatoriano? Más allá de su anclaje en la escena convencional, el ritual se activa como una forma de acción performativa cotidiana, sostenida desde procesos de creación descentralizados, autogestionados y territorialmente situados. En este sentido, su fuerza no reside únicamente en lo ceremonial o simbólico, sino en su capacidad de habilitar otras formas de producción artística, agencia colectiva y reconfiguración del espacio público como territorio político.

En un país donde las políticas culturales carecen de continuidad institucional y donde las condiciones para el ejercicio artístico son profundamente precarias, el ritual escénico se convierte en un dispositivo de resistencia y transformación.

Desde esta perspectiva, los Rituales Itinerantes son en sí mismos prácticas de resistencia, que desbordan las lógicas centralizadas y se inscriben en una ética de lo común. Lo ritual, entendido como performatividad situada, potencia formas de creación que operan como contrahegemonía, interpelan lo instituido, disputan el sentido y promueven procesos de subjetivación política desde el hacer artístico. Esta es, precisamente, la impronta que orienta nuestro quehacer, una poética de la presencia que no evade el conflicto, sino que lo convierte en materia escénica para abrir espacios de pensamiento, afectación y transformación social.